Reportaje Especial
LA ZONA MILITAR DEL BIOBÍO
Hacia fines del siglo XVIII y principios del XIX, toda la extensión del Biobío era el punto neurálgico de la vida militar en el cono sur de América.
Según B. Vicuña Mackenna: “Las fronteras del Biobío eran
entonces y habían sido desde la conquista el núcleo militar más poderoso que la
España mantenía en sus colonias, y si no lo era tanto por el número, lo era por
la disciplina de los cuerpos ahí mantenidos y el valor probado de continuo del
soldado. Apenas pasaban aquellos de 1.000 plazas en actividad, pero toda la
campaña era guerrera y cada campesino era un soldado. Ni las guarniciones
veteranas de las capitales de los virreinatos se contaban, empero, como más
numerosas.”
La autoridad máxima en esta zona era el Intendente de
Concepción, cuyo cargo era designado directamente por el monarca español,
recayendo por lo general en un militar con el rango de brigadier o coronel, que
si bien dependía jerárquicamente del Gobernador de Chile; como jefe provincial
mantenía suficientes facultades y autonomía para su óptimo desempeño,
ejerciendo su autoridad principalmente, a través de los jefes militares de cada
fuerte y guarnición. Además de contar con unos 5.000 milicianos cívicos
medianamente activos en la provincia, el Intendente de Concepción disponía
directamente en estos territorios de casi dos tercios del ejército profesional
de Chile, con personal de las tres armas conformado de la siguiente manera:
·
Un
batallón de infantería de línea, compuesto por 700 plazas.
·
Un
batallón de Dragones de la Frontera (infantería montada) con una dotación de
400 jinetes.
·
Una
compañía de artillería con dotación cercana a 50 plazas.
LA CAPITANÍA GENERAL DE CHILE
Con una población cercana a los 800.000 habitantes, y desde
1785 conformada administrativamente por dos intendencias separadas por el rio
Maule (Santiago y Concepción), la Capitanía General de Chile mantenía a
principios del siglo XIX un importante contingente en armas activo, cuyo eje
principal era el llamado Ejército de Línea, con una dotación militar promedio
de 1.900 plazas, entre oficiales y soldados profesionales, de los cuales la
mayoría eran criollos nacidos en estas latitudes. La mayor parte de las fuerzas
se distribuía principalmente en la zona central del país, pero cabe tener en
cuenta la gran importancia de Valdivia como plaza militar, la cual mantenía un
contingente profesional promedio de 500 plazas entre infantes y artilleros,
para resguardar las fortificaciones de la zona. A esto se debe sumar un
contingente de 300 soldados profesionales, entre tropas de infantería y
artillería, que defendían la plaza fuerte de Chiloé, apoyados por unos 3.000
milicianos cívicos, cuyos cuerpos eran conformados por habitantes del
archipiélago. Este último contingente era mantenido directamente por el virrey
del Perú, a un costo anual que superaba los $ 70.000 pesos de la época, por lo
cual no se contabilizaba como parte integral del ejército de la Capitanía
General de Chile. Si consideramos que las entradas fiscales anuales del Reino
de Chile eran del orden de los $ 600.000 pesos de la época, tenemos que la
preponderancia del gasto militar era abismante, ya que se destinaba cada año
una partida presupuestaria cercana de $277.000 a la mantención del ejército
permanente, es decir, casi la mitad de la recaudación impositiva anual.
LAS MILICIAS CÍVICAS
Al contingente militar profesional de la Capitanía General de Chile, se sumaban cerca de 16.000 hombres, reclutados principalmente entre la población urbana, que conformaban la llamada “milicia”, entidad instaurada en 1777 y que establecía que todo hombre en estado de cargar armas, de entre 15 y 45 años debía cumplir obligatoriamente con el deber de servir en ellas, recibiendo instrucción militar periódica, junto con desempeñar diversas labores complementarias de orden y resguardo para la defensa del reino.
Esta institución tenía una alta valoración social, aportando un reconocido estatus a sus integrantes. Los puestos de oficial de milicias eran muy valorados y apetecidos por los ciudadanos de la época, y más aún, si bien existía una edad mínima ya mencionada para incorporarse como recluta, muchas familias inscribían tempranamente a sus pequeños hijos, bajo la aceptada condición de “cadetes”. Como ejemplos de personajes históricos en esta condición, tenemos los casos de los comandantes Manuel Bulnes Prieto (1799-1866) y José María de la Cruz (1799-1875), los cuales fueron enrolados por sus padres como cadetes de milicias a la de edad de 13 y 12 años de edad respectivamente; y como dato anecdótico adicional, tenemos el caso del general don José Miguel Carrera (1785-1821), quien con apenas un año de edad recibió sus despachos como cadete del regimiento de caballería donde servía su padre.

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